El mapa del peronismo en movimiento, después de las elecciones desdobladas

Entre reproches cruzados, lecturas internas y la promesa de renovación, el peronismo busca entender qué fue lo que pasó después de los comicios de octubre.



Las elecciones legislativas desdobladas en la provincia de Buenos Aires dejaron un saldo inesperado: en septiembre, Fuerza Patria se impuso con comodidad, sacando más de 14 puntos de ventaja sobre La Libertad Avanza (LLA), el espacio que encabeza el presidente Javier Milei. Sin embargo, la historia dio un giro abrupto: apenas un mes después, en las generales del 26 de octubre, LLA sorprendió a todos, no solo recortando esa diferencia, sino superando a su rival por casi un punto y ganando en gran parte del país.


El resultado no solo modificó la lectura nacional, sino que dejó al descubierto las tensiones internas que atraviesan al peronismo, y las relaciones entre los distintos espacios que lo componen. Lo que en septiembre se mostraba como un triunfo estratégico terminó, en octubre, convertido en una fuente de dudas y cuestionamientos.

Fin de una hegemonía y un nuevo ascenso

El caso de Balcarce fue particularmente ilustrativo: en ambas elecciones, LLA resultó el gran ganador, incluso por encima del oficialismo radical que mantenía una hegemonía ininterrumpida desde 2013. La victoria libertaria, más allá de los porcentajes, marcó un punto de inflexión: por primera vez en más de una década, el electorado local optó por una alternativa completamente distinta al esquema tradicional.

Mientras tanto, el peronismo local continúa sin encontrar su eje. Desde el desaparecido Frente para la Victoria, pasando por el Frente de Todos y Unión por la Patria, las distintas reconfiguraciones no lograron consolidar una estructura estable. Independientemente de la cuestión puramente electoral, que a las claras termina siendo el fusible del funcionamiento, las diferencias internas, que durante años se disimularon detrás de acuerdos tácticos, hoy se vuelven cada vez más visibles.



A nivel nacional, el panorama no es menos complejo. Tras la gestión de Alberto Fernández (2019–2023), marcada por tensiones internas y cuestionamientos incluso desde dentro del propio espacio, el peronismo atraviesa un proceso de replanteo profundo. La pérdida de confianza de amplios sectores del electorado, sumada a la fragmentación entre líneas internas, dejó al movimiento sin una conducción clara ni un horizonte definido. La decisión de desdoblar las elecciones en la provincia de Buenos Aires —impulsada por el sector más cercano al gobernador Axel Kicillof— buscaba precisamente evitar que el arrastre nacional afectara los resultados provinciales. La medida, sin embargo, no fue compartida por todos.

La jugada que dividió opiniones

Desde el kirchnerismo más duro, alineado a Cristina Fernández de Kirchner, se consideró que el desdoblamiento era un error. La propia expresidenta lo había advertido meses antes, señalando que “dividir las fechas sería un tremendo error” y que podría derivar en una derrota. Desoyendo a la máxima figura que tiene el peronismo, se siguió adelante con la idea y se dividieron las fechas para votar. En septiembre, la contundente victoria en la provincia pareció desmentir esos presagios. Pero el giro de octubre —con la sorpresiva victoria nacional de La Libertad Avanza— reavivó el debate.

Las interpretaciones, desde entonces, se multiplican: algunos creen que el kicillofismo actuó con acierto al priorizar la identidad bonaerense; otros sostienen que la separación debilitó la estrategia nacional y favoreció el avance libertario.


También off the record circulan versiones más incómodas: que en septiembre, el sector kirchnerista “se corrió” para dejar protagonismo al kicillofismo, y que luego, en octubre, fue el sector alineado al gobernador el que bajó el ritmo de la campaña, convencido de que la elección nacional no le pertenecía del todo. Ninguna de las partes lo reconoce abiertamente, pero el clima de desconfianza interna es evidente.

El peronismo que busca reencontrarse

En Balcarce, tras la derrota, los principales referentes locales volvieron a hablar de “renovación”, apelando a la necesidad de reconstruir la confianza ciudadana y abrir paso a nuevas figuras. Sin embargo, quienes promueven ese discurso son, en su mayoría, los mismos dirigentes que controlan los distintos sectores del justicialismo desde hace años, lo que genera un inevitable escepticismo entre las bases. La atención, por ahora, está puesta en las elecciones internas del Partido Justicialista que se llevarían a cabo hacia fin de año. Allí podría comenzar una nueva etapa, aunque aún es incierto si se tratará de una verdadera renovación o simplemente de un reacomodamiento de nombres conocidos.

Un cambio de época

El resultado de octubre dejó una enseñanza difícil de ignorar: la política argentina está atravesando una transformación profunda. Los aparatos partidarios ya no garantizan victorias, y las identidades políticas tradicionales se diluyen frente a una ciudadanía más volátil, que decide su voto a partir de percepciones inmediatas, redes sociales, estados de ánimo, o vaya uno a saber qué.


En ese contexto, el peronismo —tanto en la provincia como en el país— enfrenta su desafío más grande: reconstruir un mensaje que vuelva a conectar con la sociedad. La pregunta que sobrevuela es si lo logrará a tiempo, o si los próximos años consolidarán un nuevo orden político donde los viejos reflejos ya no alcancen.


Mientras tanto, la escena se mantiene abierta. Las elecciones desdobladas dejaron algo más que números: dejaron expuestas las fisuras, los desacuerdos y la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, el movimiento político popular y masivo por excelencia no encuentra el camino para alinear sus tropas, con una propuesta que vuelva a convencer al electorado, por un lado, y que por el otro cumpla las expectativas por las que fueron elegidos oportunamente.