
El invierno tiene esa forma peculiar de instalarse en la rutina. Sin pedir permiso, te obliga a reorganizar hábitos: se cierra todo lo que antes se ventilaba, se prende lo que estuvo apagado durante meses, y se confía —muchas veces sin chequear nada— en que todo funcionará como debe. En medio de esa costumbre, algunas decisiones se toman con la urgencia del frío metido en los huesos, sin pensar que detrás de cada calefacción improvisada puede haber un riesgo invisible. Uno que no se huele, no se ve y, a veces, tampoco se siente… hasta que ya es tarde.
Ese enemigo silencioso que muchos aún subestiman
El monóxido de carbono es, por definición, un gas sin color ni olor. Pero su presencia puede ser letal. Se produce por la combustión incompleta de materiales como gas, kerosene, carbón o madera, y puede liberarse en estufas, calefones, termotanques y hornos que no funcionan correctamente o están mal instalados. Aunque suene extremo, las intoxicaciones por monóxido siguen siendo una de las principales causas de muerte accidental en los hogares argentinos durante los meses fríos.
El problema no es solo técnico, sino cultural. Se tiende a naturalizar el uso de calefactores antiguos, ductos oxidados o habitaciones sin ventilación, confiando en que “nunca pasó nada”. Sin embargo, el monóxido no necesita mucho para convertirse en un riesgo real: apenas una ventilación tapada o una llama mal regulada pueden desencadenar una tragedia.
El contexto que también influye
En Argentina, muchas viviendas no tienen acceso a una instalación de gas segura, o dependen de garrafas y estufas precarias. En esos casos, el riesgo se incrementa. También hay una gran cantidad de personas que alquilan y, por desconocimiento o falta de recursos, no exigen el mantenimiento adecuado a los propietarios.
Por eso, además de la concientización individual, es necesario que haya una mirada colectiva: desde consorcios que controlen instalaciones comunes, hasta políticas públicas que fomenten el recambio de artefactos inseguros.
En ciertos casos, el inquilino puede optar por coberturas adicionales que brinden tranquilidad frente a imprevistos. Muchas compañías ofrecen seguros de hogar que combinan cobertura ante incidentes, protección frente a daños a terceros y cobertura para daños a electrodomésticos.
Las fuentes más frecuentes de emisión

Si bien cualquier artefacto que funcione por combustión puede producir monóxido si no trabaja correctamente, hay algunos elementos que conviene revisar con más atención:
- Estufas a gas sin salida al exterior: especialmente si no tienen la rejilla de ventilación correspondiente.
- Calefones en baños o lugares cerrados: nunca deberían estar instalados en espacios donde uno permanece largos períodos.
- Hornos y hornallas usados para calentar ambientes: una práctica común pero peligrosa.
- Chimeneas o salamandras: si no se hace una limpieza periódica, pueden acumular hollín que obstruye la salida del humo.
- Grupos electrógenos o braseros usados en interiores: absolutamente desaconsejados.
Ventilar, incluso cuando todo te diga que no
Cuando el termómetro baja, la tentación es clara: cerrar puertas y ventanas para conservar el calor. Sin embargo, esa práctica puede transformarse en un error costoso. Toda combustión consume oxígeno y genera residuos. Si no hay circulación de aire, el monóxido se acumula.
No se trata de dejar todo abierto y congelarse, sino de garantizar que haya al menos una rendija de ventilación permanente. Las rejillas superiores e inferiores que suelen venir en cocinas o livings no están “de más”: son un mecanismo de seguridad pasiva. Taparlas con trapos o muebles, aunque parezca inofensivo, puede sellar el ambiente de forma peligrosa.
Una buena práctica es abrir una ventana por unos minutos cada cierta cantidad de horas, especialmente si se usa calefacción continua. También conviene evitar el uso prolongado de estufas en dormitorios, y mucho más aún mientras se duerme.
Mantenimiento que puede marcar la diferencia

Así como llevamos el auto al service antes de salir a la ruta, los artefactos que calientan nuestros hogares también requieren mantenimiento. No es una exageración, ni un gasto inútil: es una inversión en seguridad.
Lo recomendable es que un gasista matriculado revise al menos una vez al año las estufas, termotanques y calefones. Debe verificar que la llama sea azul (una llama amarilla o anaranjada puede indicar mala combustión), que los conductos estén bien conectados, y que no haya obstrucciones en la salida al exterior.
En el mercado existen detectores de monóxido de carbono que emiten una alarma cuando la concentración supera ciertos niveles. Son una herramienta útil, sobre todo para personas mayores, niños o quienes viven en viviendas precarias. Pero conviene aclararlo: no son un pase libre para descuidar el resto.
El uso de estos dispositivos debe ser complementario, no sustitutivo. Aún con detector, las reglas básicas de ventilación y mantenimiento siguen siendo obligatorias.
Qué hacer ante una sospecha de intoxicación
Si alguien empieza a presentar síntomas compatibles con la exposición al monóxido, lo primero es salir del ambiente cerrado y buscar aire fresco de inmediato. Abrir puertas y ventanas, apagar estufas o calefactores y no volver a ingresar hasta que se haya ventilado completamente.
En paralelo, hay que comunicarse con emergencias médicas o llevar a la persona al centro de salud más cercano. En casos graves, puede requerirse oxigenoterapia o internación.
Ante la menor sospecha, es mejor exagerar que lamentar. Y si el problema viene de un artefacto específico, ese aparato no debería volver a utilizarse hasta ser revisado por un técnico.
Una estación para el abrigo, no para el descuido
El frío va a seguir viniendo cada año. Las ganas de estar cómodos, también. La clave está en no confundir confort con improvisación. Una estufa puede dar calor, pero también puede ser el origen de un problema si se usa mal. La diferencia entre un invierno seguro y uno riesgoso suele estar en los detalles: una rejilla tapada, una revisión postergada, una ventilación olvidada.
La buena noticia es que, con información y algunos cambios de hábito, se puede revertir ese patrón. No se trata de vivir con miedo, sino de incorporar prácticas que te cuiden, sin resignar el bienestar del hogar. Al final, lo que está en juego no es solo el confort térmico. Es el aire que respirás todos los días, y la seguridad de quienes conviven con vos.
Fuente: Todo Provincial