Ocupan un lugar cada vez más importante en las góndolas de lácteos. En los grandes supermercados los colocan entre los yogures y las leches. Pero no son ninguna de las dos cosas. En una industria tan proclive a lanzar cada nuevo producto con campañas millonarias que los publicitan como revoluciones alimentarias, su presencia se gestó de forma silenciosa.
Y con la crisis de los últimos años y la alta inflación, su
presencia va en ascenso. Las llaman Bebidas Lácteas, se las puede ver
con el rótulo de «Bebibles» ofreciendo distintos sabores, y son, mas
bien, un producto de muy baja calidad nutricional, amparado en un
mercado concentrado donde los grandes jugadores imponen las reglas.
Nadie o casi nadie las elige por voluntad. La primera razón de su venta
es su bajo precio. La segunda, la confusión de las y los consumidores.
Creen estar comprando un yogur. Pero están lejos de serlo.
Las
Bebidas Lácteas se venden en sachets y tetrabricks de un litro y de 250
cc. Con una calculada semejanza, se las encuentra con sabor a vainilla,
frutilla, banana y multivitaminas. En letras grandes dicen «Bebible»,
algunos se atreven a incluir la leyenda «nutrición reforzada», y su
estética y sus colores son muy similares a los yogures. Pero ¿qué son?
Empoblecidos y con suero
Para
saber de qué se trata este misterioso producto hay que retrotraerse a
noviembre de 2018, cuando, sin bombos ni platillos, se publicó en el
Boletín Oficial una Resolución Conjunta entre la Secretaría de Gestión y
Regulación Alimentaria y la Secretaría de Alimentos y Bioeconomia.
Uno de los impulsores fue Andrés Murchison, secretario de Alimentos y
Bioeconomía del Gabinete de Luis Etchevehere, ministro de Agroindustria
de la Nación bajo la gestión del Mauricio Macri. Murchison es un
productor ganadero del sur cordobés, activo defensor en las redes de los
tractorazos y partidario de la disminución de impuestos a los grandes
productores y exportadores.
La Resolución Conjunta 9/18 modificó
el artículo 578 del Código Alimentario Argentino, según reconoce el
texto oficial, a sugerencia del Centro de la Industria Lechera. Es
decir, la cámara de empresarios del sector. El cambio consistió en
agregar este texto: «Se entiende por Bebidas Lácteas los productos
obtenidos a partir de la leche y/o leche reconstituidas y/o leches
fermentadas y/u otros derivados de origen lácteo, con o sin el agregado
de otras sustancias alimenticias y en los que el contenido de
ingredientes de origen lácteo es como mínimo del 51% (m/m) de la
totalidad de los ingredientes del producto listo para consumo”.
Esa misma resolución explica, en su punto 3.2, que “se entiende como
ingredientes de origen lácteo: leche y/o leche reconstituida
(estandarizadas o no en su contenido de materia grasa) y/o sueros y/o
cultivos de bacterias específicas y/o bífidobacterias, leches
fermentadas, leche concentrada, crema, manteca, grasa anhidra de leche o
butteroil, leche en polvo, dulce de leche, caseinatos alimenticios,
proteínas lácteas –concentradas o no–”. Para ser considerada Bebida
Láctea debe, entonces, estar constituida en un 51% por alguna de estas
cosas.
El texto de la resolución argumenta que la modificación al Código Alimentario se sustenta en que «la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) destacó la importancia de los sueros como una de las fuentes de proteínas de origen animal que no están plenamente integradas a las cadenas de producción de alimentos para la población humana”. Para resolver esa integración del suero, a la industria y a los funcionarios de aquel entonces se les ocurrió incorporarle saborizante y colorante, empaquetarlo como si fuera yogur o leche, ponerle un nombre ambiguo e introducirlo en las heladera de los lácteos.
El modo de presentación es clave. En los envases de los Bebibles se
promociona en letras grandes la presencia de vitaminas. Mucho más
pequeño, un letrero aclara: “No es sustituto de la leche”. Cadenas como
Carrefour, por ejemplo en Vicente López, ubican al Bebible de frutilla
de García entre yogures de Tregar y Milkaut, a un precio mucho más
barato. Pero al observar abajo a la izquierda de su sachet, se lee en
letras que en realidad es “bebida láctea fermentada endulzada
descremada”. Nunca aparece la palabra “yogur”.
“Las marcas
aprovechan la segmentación destinada a los sectores mas empobrecidos
para vender los subproductos como el suero que antes se tiraba o se
usaba para el consumo de animales, reconvertidos ahora para consumo
humano”, alerta a Tiempo Soledad Barruti, autora de los libros
Malcomidos y Mala Leche, que investigó durante años la industria láctea.
La especialista enfatiza en el empeoramiento evidente que conlleva el
producto: “es un deterioro real y un insulto a las familias que hacen
con su dinero lo que pueden”.
Las que definen qué nos llevamos a la boca
Hay tres
marcas principales de este producto, al menos en los super e
hipermercados. La primera, la más cara (alrededor de 230 pesos) es La
Serenísima. Le sigue en precio y exposición La Armonía, con un precio
casi 40% menor, de 130 pesos. Y en último lugar, García, una marca que
hasta el momento hacía punta con las ricottas y los quesos, y parece que
la empujaron para que sea cola de ratón en este rubro. Su precio está
unos pesos por debajo de La Armonía. Las tres marcas pertenecen a
Mastellone Hermanos, la empresa que absorbe casi el 65% de lo que
factura la industria láctea en las grandes cadenas.
Según un
informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), esa cifra se
eleva al 72% en el rubro de las leches fluidas no saborizadas. En el
segmento de las «Bebibles», no hay cifras difundidas de ventas, pero no
es difícil imaginar qué sucede toda vez que las tres principales marcas
de un producto son de la misma empresa. “El lácteo es un mercado
recontra oligopólico en el que muy pocas empresas terminan controlando
los precios y definiendo qué nos llevamos a las bocas –remarca Andrea
Graciano, nutricionista e integrante de la Cátedra de Soberanía
Alimentaria de la Facultad de Medicina de la UBA–. En los derivados de
la leche hay un montón de ultraprocesados (que tienen exceso de
nutrientes críticos como azúcar, sodio y grasas) y que se aprovechan de
las representaciones sociales de la leche como un alimento sano y
nutritivo para promover las ventas”.
La industria alimenticia
(se vio con el debate de la ley de Etiquetado Frontal) es una de las de
mayor lobby. En muchos casos salen productos con supuestos beneficios
defendidos a través de estudios de centros de investigaciones
relacionados a esas mismas empresas. Así lo explica la especialista en
nutrición: “las recomendaciones que se hacen para cubrir calcio se basan
en investigaciones financiadas por la misma industria láctea,
investigaciones con conflicto de intereses, recomendaciones de
nutrientes que no se actualizaron”.
Danonino, el ejemplo de cómo venden el producto en cada país
Cuando
en agosto entre en vigencia la ley de Etiquetado Frontal, se habrá dado
un gran paso para evitar los artilugios con que la industria
alimenticia oculta los ingredientes de los productos que consumimos. Los
octógonos negros que los envases deberán exhibir alertarán a simple
vista del exceso de azúcares, grasas o sodio. Sin embargo, no es
esperable que esta industria abandone sus prácticas de un día para el
otro.
El ejemplo del Danonino, ese postrecito de fórmula secreta
que cambia su denominación y la presentación de sus ingredientes según
la legislación de cada país, es elocuente:
En Argentina se
presenta como yogur endulzado parcialmente descremado. Hecho con leche
entera, preparado de frutillas con calcio, zinc, hierro y vitaminas A y D
v ácido fólico, azúcar, proteínas lácteas, almidón modificado,
gelatina, cultivos lácticos, colorante carmín, aromas.
En
Brasil, como queso petit suisse con preparado de frutos, leche
descremada, agua, fructosa, pulpa de frutilla, jugo de limón
concentrado, concentrado de zanahoria negra, almidón modificado,
vitamina D, espesantes, carragenina carboximetilcelulosa, goma guar y
goma xantica.
En México es queso petit suisse con fruta, bajo en
grasa, leche entera pasteurizada, sólidos de leche, goma guar, carmín,
sorbato potásico y beta caroteno, inulina, maltodextrina, almidón
modificado, azúcares añadidos (azúcar) cloruro de calcio, cultivos
lácticos, carragenina y cuajo. Y un preparado de fresa 12,5% azúcares
añadidos, puré de fresa, almidón modificado, fosfato tricálcico,
saborizantes, maltodextrina, ácido cítrico, vitamina C y D.
En los contenidos, el tamaño importa
La
concentración de trampas al consumidor en el packaging del «Bebible» La
Serenísima es altísima. En letras grandes entre el título y el dibujo
de la frutilla, dice “Sin Azúcar Agregada”. Pero al lado de esa leyenda,
un pequeño asterisco remite a un todavía mas pequeño letrero al dorso
del sachet que dice «Contiene los azúcares propios de los ingredientes».
¿Cuáles son los ingredientes tan dulces? Quizás sea el jugo artificial
de frutilla, que se puede identificar en cualquier cosa industrial que
dice ser de frutilla pero que dista del sabor de una frutilla verdadera.
¿O quizás sean el aspartamo, acesulfame o sucralosa, edulcorantes
declarados que, al parecer, no son agregados, sino que son propios del
suero? Debajo de la frutilla, en letras también grandes y coloridas, se
destacan todas las vitaminas agregadas.
El agregado de vitaminas
a un producto no garantiza que el cuerpo las asimile. Sin embargo, la
letra más chiquita del packaging, más pequeña incluso que Industria
Argentina, es la del letrero que dice “No es sustituto de la leche”.